24 de diciembre de 2009

La fuente de la vida

Otro microrrelato de ciencia ficcion, con un toque oscuro.


LA FUENTE DE LA VIDA

Año coordinado 1561

I

El planeta de los condenados. Así llaman a este lugar, en el cual, esperamos al frío destino recolectando huevos de Doxcidos, bajo dos inmóviles soles negros.

Es la fuente de la vida, dicen. El mejor remedio para las enfermedades reclutadas por el ser humano en su dispersión por la galaxia. También el peor castigo ideado jamás por mente imperial; de este viaje no existe retorno posible. Sombras opacas, entre la figuras difusas de los guardianes, embutidos en sus trajes de aislamiento ambiental. La eterna niebla, cenicienta y corrosiva, nos envuelve a todos.

El polvo quema los pulmones, se come la piel y lacera la carne supurante, convirtiéndote en un recuerdo de lo que fuiste. Finalmente también se lleva pelo, labios y parpados; troca los ojos en pequeños despojos viscosos, negros, muertos. Hasta que un día no puedes levantarte y tus compañeros caen sobre ti, arrebatándote lo único que posees: Los harapos que te cubren y, apenas, protegen. Y no puedes gritar, tu lengua es una gran llaga carmesí.

Aun debo hacer algo antes de partir. El culto prohibido de Nortifez me trajo a este infierno, pero sus rituales genéticos me transformaron en mas que un hombre. Hoy ayudaran a cumplir mi ultimo deseo.


II

Lo conseguí, nada mas importa. Su preciosa cosecha, sus vidas; todo lo perdieron entre llamas. Solo quedan los gritos de alimañas depravadas en mi memoria. Ningún guardián sobrevivió. Ella huye a mi lado, mi nueva y ultima compañera. Ya no posee ni nombre, solo otro numero en registros malditos. Puedo sentirla, miedo, excitación, sudor… forman una pasta ocre y deliciosa en sus terminaciones nerviosas, tan densa como la mía.

Nos adentramos en las cavernas, inframundos olvidados de esta roca. La noticia de mis hazañas debe haber llegado a otros campos de trabajo; el eco de nuestros perseguidores danza contra las paredes.

Desnudamos nuestros cuerpos, el terrible espectáculo no nos conmueve. Dolor y placer son lo mismo, una única sensación sublime entre estertores. Ni intentaríamos defendernos si cayesen sobre nosotros.

Todo termina, somos una masa rojiza, entrelazada y palpitante sobre el suelo pétreo. Dos consciencias entrelazadas frente a su final. Tal como preconiza la nueva escuela clásica, aunque con un método algo distinto.

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