19 de enero de 2010

Dinastías

Un microrrelato no necesita argumento, ni trama. Puede basarse en una sensacion o una idea, por muy delirantes que puedan parecer. Para muestra unas cuantas palabras.


DINASTÍAS

La vida es una caja de sorpresas, Jerjes debería haberlo sabido. Pero en la educación de un príncipe persa, destinado a convertirse en divinidad viviente, no se incluye la idea de que los demás puedan estropearte tus planes; ni siquiera el concepto de azar. Por eso, tras disiparse aquella extraña niebla, su primer mandato fue la crucifixión de su jefe de espías. Esperaba a un pequeño grupo de griegos defendiendo un estrecho paso, los barrerían en pocas horas y colocarían sus cabezas en las lanzas de las avanzadas, ejemplo y escarmiento para toda la Helade. En su lugar una gran muralla, tan alta como las de Babilonia, les cerraba el paso.

Los defensores del abismo observaban atónitos, aquel ejercito se parecía muy poco al esperado. Unos miles de Uruk-hai, no la infinita masa humana, diversa y, también, asombrada que tenían frente a ellos. Cientos de estandartes diferentes, viejos uniformes, harapos; una infinidad de rostros cansados y polvorientos, dispuestos a engullirlos por puro numero. Gimli y Legolas discutían, Aragorn se preguntaba sobre la ultima treta del mago traidor, Théoden seguía pensando en la derrota y el olvido, los elfos se lamentaban por la falta de sangre orca para derramar. Mientras un emisario gordo, sudoroso, amanerado y cubierto con ropas de colores vivos se adelantó en un orgulloso caballo. Probo el dorico, el atico y el arcadio, mientras desde arriba se obstinaban en contestarle en oestron, sindarin e incluso en khuzdul. Volvió a sus filas temiendo por su cabeza y maldiciendo en arameo.

El señor de naciones, no había llegado hasta allí para retroceder, en cuanto tuvo escaleras suficientes atacó. Piedras, aceite hirviendo, flechas, hondas, jabalinas. Bajo este infierno oleadas de peones morían en el intento, los pocos que llegaban a escalar la muralla caían sin remedio. El rey persa seguía el asalto a través de su tubo de lentes, paseaba nervioso, consultaba a sus consejeros y generales sin escucharlos. Furioso y perplejo, tras dos horas de lucha, hubo de escupir la orden de retirada. Adelantó las catapultas para un bombardeo masivo, perdió el resto del día y agotó los proyectiles, ni una mella decente en las piedras de la fortaleza. Durante la noche ambos bandos padecieron extraños sueños; fabulosos guerreros de capa roja y grandes escudos contenían a hordas de monstruos.

Con las primeras luces los Inmortales ya trataban de ganar los muros. Jerjes escudriñaba las almenas cuando los vio, bellos y letales, orejas puntiagudas y fina piel se adivinaban en la distancia. Excitado llamó a su castrador personal, necesitaba a esos arqueros, quedarían perfectos como eunucos de su harén.

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